Uno de los primeros denarios acuñado en 211 a.C. Crawford 44/5
Si hay una moneda cuyo nombre se asocia en forma inseparable con la historia de Roma y su imperio, es el denario. Por un período de casi 500 años el denario formaría la espina dorsal del sistema monetario romano y sería la verdadera divisa del mundo mediterráneo, el “dólar” del mundo antiguo. Si bien el denario es ampliamente conocido aun entre aquellos que no tienen un interés especial por la numismática o la historia romana, las circunstancias de su origen en medio de una de las crisis más traumáticas de Roma en toda su historia es poco conocida.
Un parto traumático
Las aplastantes
derrotas en la fase inicial de la Segunda Guerra Púnica forzaron al Estado
Romano a realizar una profunda movilización de los recursos demográficos y
económicos disponibles para continuar con el esfuerzo militar. La falta de
metal para acuñar las sumas demandadas por el financiamiento de las operaciones
hizo necesario recurrir a empréstitos de los ciudadanos y devaluar las monedas
de plata acuñadas hasta entonces, el quadrigatus
y el didracma. Mientras que antes del conflicto se las había acuñado con muy
alta pureza (98%), en los años que siguieron a las grandes derrotas frente al
ejército de Aníbal, su ley llegó a ser menor al 40 %. También se recurrió a una
considerable reducción en el estándar de peso de las monedas de bronce.
Quinario - 211 a.C. Crawford 44/6
El deterioro de la
moneda alcanzó tal dimensión que llevó a un verdadero colapso del sistema
monetario arcaico de Roma, haciendo necesario un nuevo comienzo. El momento
preciso de la introducción del nuevo sistema fue por largo tiempo muy debatido
por los especialistas, pero en las últimas décadas la acumulación de nueva
evidencia arqueológica ha permitido establecer con un considerable grado de
certeza la fecha del 211 a.C. (propuesta por Crawford). Lo que sabemos del
curso de la guerra refuerza esta datación, pues sólo en ese año las ingentes
riquezas obtenidas del saqueo de la ciudad de Siracusa en Sicilia generaron los
recursos necesarios para poner en marcha el ambicioso nuevo sistema.
El nuevo sistema monetario
Los diferentes
elementos de que se había compuesto el sistema monetario arcaico fueron
abandonados en favor de un esquema mucho más uniforme en el que la plata
desplazó al bronce como metal principal y se recurrió sólo a piezas acuñadas.
El cambio más importante fue la introducción tres nuevas denominaciones en
plata de alta pureza de valor superior al As. En primer lugar, el denario, con
un valor de 10 asses (señalado por una X en el anverso) y un peso de
aproximadamente 4,5 gramos. En segundo lugar, el quinario, con un valor de 5
asses (señalado por una V en el anverso) y un peso de algo más de 2 gramos.
Finalmente, el sestercio, con un valor de dos asses y medio (señalado por las
letras IIS en el anverso) y un peso de algo más de un gramo. Todas estas piezas
presentan en el anverso la cabeza de Roma y en el reverso a los dioscuros
cabalgando con sus capas al viento, inconfundibles alusiones a la confianza de
los romanos en la victoria. Al mismo tiempo, se redujo el peso del As y sus
fracciones y se comenzó a acuñar también estas piezas.
Al mismo tiempo que
se introdujo el nuevo sistema comenzó a acuñarse una pieza con características
particulares, conocida, por el motivo de reverso –Victoria colocando una corona
sobre un trofeo militar-, como “victoriato”. Se trataba claramente de una pieza
excepcional que no formaba parte de la nueva estructura de denominaciones
conformada en torno al denario, del que se diferenciaba, además de por su
tipología, por la ausencia de marcas de valor y por su bajo contenido de plata
(de sólo alrededor del 80%). El victoriato fue acuñado en grandes cantidades y
la evidencia arqueológica prueba que circuló principalmente en el sur de Italia
y Sicilia, por lo que se considera generalmente que fue utilizado inicialmente
para pagar a las tropas activas en esos teatros de guerra. Este hecho, unido al
de que su peso equivalía a una dracma, hace pensar que fuera una acuñación
destinada principalmente para ser usada en las regiones que contaban con una
tradición monetaria griega.
El nuevo sistema
incluyó también en un principio una serie de monedas de oro. Se acuñaron en
tres pesos distintos con valores estipulados en 60, 40 y 20 asses. En el
anverso de las tres vemos el rostro guerrero de Marte con un yelmo corintio y
en el reverso una imponente águila con las alas desplegadas posada sobre el
rayo de Júpiter. El mensaje aquí es de confianza en la victoria. Estas monedas
de oro fueron acuñadas sólo hasta el año 208 a.C. quedando a partir de ese
momento conformado el clásico sistema monetario bimetálico de la república
tardía.
La introducción de
las nuevas monedas fue acompañada de la desmonetización no sólo de todas las
piezas antiguas producidas por Roma sino también de todas las monedas itálicas
y sicilianas, que fueron fundidas y reacuñadas en las nuevas denominaciones. Para
llevar a cabo este ambicioso plan se establecieron cecas en distintas partes de
Italia, Sicilia, Cerdeña y España. Las razones de esta medida son debatidas en
la historiografía pero, en mi opinión, perseguía como objetivo una rápida
aceptación de las nuevas monedas al eliminar a toda posible competencia. Ello
habría sido particularmente importante para favorecer la aceptación del
victoriato, que presentaba una calidad sensiblemente inferior a las demás
monedas acuñadas por Roma. La desaparición de los viejos circulantes, la
calidad del denario y la creciente influencia política y militar de Roma le
garantizaron a la nueva moneda un rápido éxito, transformándose en el principal
medio de pago en la península itálica y sus regiones periféricas.
Moneda de oro de 40 asses - 211 a.C. - Crawford 44/3
La expansión del denario
La república romana
emergió de la Segunda Guerra Púnica transformada en el poder hegemónico del
mediterráneo occidental y en la administradora de un vasto imperio que aportaba
los recursos para una considerable producción monetaria. El triunfo sobre
Cartago le proporcionó el control sobre las ricas minas de plata en el sur de
España y el cobro de una gigantesca indemnización de 20.000 talentos de plata
en 50 pagos anuales, metal suficiente para acuñar más de 100 millones de
denarios. A ello hay que sumar los
recursos obtenidos del saqueo de numerosas ciudades durante el conflicto (como
Siracusa, Capua o Tarento, por nombrar sólo algunos de los ejemplos más
notables) y de la reacuñación de las monedas de los Estados bajo su control en
Italia y Sicilia. El triunfo de Roma sobre Cartago trajo aparejado, en
consecuencia, una profunda transformación en la mayor parte del Mediterráneo
occidental, que pasó a conformar no sólo un Imperio controlado por Roma, sino
también, en gran medida, un único sistema monetario signado por el denario como
su principal divisa.
Estos cambios
vinieron acompañados, sin duda, de un acelerado crecimiento económico y
expansión urbana que acercaron a la ciudad de Roma a los niveles de desarrollo
alcanzado por las grandes ciudades helenísticas. Estos procesos no quedaron,
sin embargo, limitados a la capital. Por el contrario, se replicaron en
numerosas partes, particularmente en las colonias y demás asentamientos aliados
de los romanos, que gozaron de los frutos de la victoria. Además de ello, el
establecimiento de su dominio implicó en todas partes la imposición a las
poblaciones locales de diversas cargas tributarias, que generaban la necesidad
de obtener monedas romanas para su cancelación. La conformación del sistema
imperial fue, en consecuencia, uno de los principales estímulos para la
monetización e integración de los distintos territorios anexados por Roma.
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