Sestercio de Nerón - Lyon, 66 d.C.
El sistema monetario romano de la Antigüedad tardía es muy diferente
del utilizado durante la república tardía y los primeros siglos del Imperio. En
esta entrada quiero tratar las causas que explican la transición de uno otro.
A principios del siglo III, el
Imperio Romano conservaba, con ligeros cambios, el sistema monetario
establecido por Augusto a finales del siglo I a.C. y que era, a su vez, una
continuación del existente durante la república tardía.
Se trataba de un sistema dual
surgido directamente de las realidades de la conquista del mundo mediterráneo
por Roma. Era dual porque en el mismo convivían las denominaciones romanas con
otras de carácter local. El Estado romano se reservaba sólo el derecho de
acuñar en oro y plata, pero permitía en la mayoría de los casos a las ciudades
continuar con la producción de al menos algunos tipos y denominaciones
tradicionales en metales bajos. Las acuñaciones locales eran sobre todo muy
comunes en el Oriente, donde muchas ciudades contaban con siglos de tradición
monetaria.
Áureo de Septimio Severo - Roma, 206 d.C.
Las denominaciones romanas eran
producidas sobre todo en la ceca de la ciudad de Roma y en algunas pocas cecas
imperiales en provincias cercanas a grandes contingentes de tropas. Los áureos
y denarios romanos circulaban por todo el Imperio y eran los medios de pago
reconocidos para las grandes transacciones, para el pago de impuestos y para el
pago de los salarios públicos, que en su enorme mayoría se destinaban a los
soldados y oficiales. Para gastos cotidianos se utilizaban, por su menor valor,
las monedas de bronce, tanto las romanas como las de producción local.
Este sistema trimetálico se
caracterizaba por la existencia de tasas de cambio fijas entre las piezas de
bronce, plata y oro, que eran garantizadas por el Estado.
Los primeros problemas de este
sistema comenzaron ya durante el reinado de Nerón, cuando se recurrió a una
primera disminución en la pureza de la plata del denario como forma de afrontar
los crecientes gastos. La pérdida gradual de la calidad de la moneda
continuaría durante todo el principado y se aceleraría durante la dinastía de
los severos (193 235 d.C.) a consecuencia del fuerte incremento en el gasto
militar. Esta tendencia se agudizaría a lo largo del siglo III, a medida que la
creciente presión sobre las fronteras de persas y germanos requería mayores
esfuerzos defensivos.
Áureo de Tácito - Siscia, 275-276 d.C.
La caída en la calidad de la
moneda estuvo asociada a un enorme incremento en la cantidad nominal de
circulante, lo que generó una fuerte presión inflacionaria. La combinación del
deterioro de la moneda y la suba de precios terminó destruyendo el sistema
monetario creado por Augusto. En el último tercio del siglo III, cesó en todas
partes la acuñación de monedas de bronce pues la gran suba de precios la había
hecho antieconómica. El caos era tan completo que en muchas partes del Imperio
se perdió hasta tal punto confianza en la moneda que se regresó a prácticas
pre-monetarias como el trueque. En este contexto, el mismo Estado recurría en
forma creciente a la confiscación de bienes en especie para el abastecimiento
del ejército, prefiriendo asegurarse los productos necesarios antes que recibir
sus propias monedas.
En el último tercio del siglo
III, una serie de emperadores militares logró estabilizar la situación del
imperio. Con las reformas monetarias de Aureliano y Diocleciano comenzó a
emerger un nuevo sistema monetario que terminaría de recibir su forma
definitiva durante el reinado de Constantino.
El nuevo sistema monetario era
muy diferente del anterior a la crisis del siglo III. Ya no existía un modelo
dual, pues las acuñaciones locales habían desaparecido. Las únicas
denominaciones vigentes eran las del estado imperial, que eran ahora producidas
por una gran red de cecas imperiales distribuidas a todo lo largo del Imperio.
El nuevo sistema era bi-metálico, con monedas de vellón bajo y de oro. A
diferencia de lo que ocurría durante el Alto Imperio, no existía una tasa de
cambio fijo garantizada por el estado, sino que las monedas de oro eran
valoradas por su peso, funcionando como pequeños lingotes.
Áureo de Maximiano - Nicomedia, 294 d.C.
Al mismo tiempo, también había
cambiado profundamente la iconografía de la moneda. La tradición de retratos
naturalistas que el mundo romano había heredado de los modelos helenísticos
había sido desplazada por otra de relatos estereotipados y uniformes que
reflejaban una imagen idealizada del soberano que ponía el énfasis en su
carácter de líder militar. De igual forma, los variados motivos de reverso
típicos del principado, que muchas veces reflejaban los intereses personales de
cada emperador, habían sido remplazados por una serie de motivos estandarizados
que sólo muy raramente se referían a eventos contemporáneos. Esta nueva
tradición monetaria romana continuaría por mucho tiempo, aún después de la
caída de Roma, especialmente en Oriente.
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