Georg F. Knapp
Las diferentes versiones de la teoría clásica sobre el
origen del dinero comparten (como vimos en la 1° y 2° parte de esta serie) una
premisa fundamental, la idea de que éste surge como producto natural de las
necesidades individuales de quienes intervienen en mercados basados en el
trueque. Esta teoría fue objeto de duras críticas por economistas de otras
corrientes ya desde principios del siglo XX y el caso contra sus supuestos
centrales ha sido reforzado, desde entonces, por numerosas investigaciones históricas
y antropológicas.
La gran debilidad
de la teoría metalista clásica sobre el origen del dinero es que argumenta
únicamente a partir de líneas hipotéticas y que no presenta ninguna evidencia
empírica que permita constatar su veracidad. De hecho, esta teoría deduce la
existencia de un primitivo mundo del trueque sólo a partir de consideraciones
lógicas y abstractas, sin considerar en ningún momento a la información
proporcionada por el registro histórico y arqueológico. Uno de los puntos centrales
que se esgrimen en su contra es que no se conoce prácticamente ninguna
evidencia de la existencia de sistemas económicos basados en el trueque en
ningún período del pasado o región del mundo.
La principal
corriente teórica alternativa sobre el origen del dinero se centra en un punto
que es, como se señaló, intencionalmente dejado de lado por la teoría clásica:
el papel del Estado. Se la designa generalmente como teoría “chartalista” del
dinero, un término acuñado por uno de sus fundadores, el economista alemán George
Friedrich Knapp (1842-1926) a partir de la palabra latina “charta” (papel). Con este término quiere reflejar la idea de que el
dinero es un objeto sin un valor intrínseco más allá de la sanción legal del
Estado. En su Teoría estatal del dinero
(Staatliche Theorie des Geldes),
publicado por primera vez en 1905, Knapp argumenta que el dinero no puede
concebirse sólo como una mercancía, como afirmaba Adam Smith, sino que su
naturaleza depende de la sanción legal de un Estado que garantiza que funcione
como medio de intercambio reconocido al aceptarlo, a su vez, como medio para
cancelar las exigencias tributarias que impone a sus súbditos.
Una concepción en
algunos puntos semejante a la de Knapp –pero desarrollada de manera
independiente- fue presentada por el diplomático inglés Alfred Mitchell Innes
en dos artículos de los años 1913 y 1914. A diferencia de Knapp, sin embargo, este
autor presenta una teoría completa del proceso histórico mediante el cual surge
el dinero.
Revista en que se publicaron los trabajos de Alfred Mitchell Innes
En la visión de
Adam Smith y de Carl Menger, el problema de la “doble coincidencia de
necesidades” lleva a que todos los que intervienen en un mercado premonetario
intenten intercambiar sus productos por uno que tenga más demanda para que les
resulte más sencillo cambiarlo por lo que necesitan. Es decir, tomando un
ejemplo de Mitchell Innes, que si un panadero y un cervecero quieren carne pero
el carnicero está bien provisto de pan y cerveza, no es posible realizar un
intercambio directo y los primeros se ven obligados a buscar un bien que por
ser muy demandado cuente con mayor probabilidad de ser requerido por el
carnicero.
Para Mitchell Innes
esta es una suposición irreal e innecesariamente compleja. En su opinión, suponiendo
que el panadero y el cervecero sean hombres honestos, el carnicero puede
proveerlos de carne y recibir de ellos un reconocimiento de que tienen con él
una deuda. Esto sería posible, si asumimos que la comunidad reconoce la
obligación del panadero y el cervecero de saldar esa deuda con pan o cerveza en
los valores relativos de mercado del pueblo, cuando llegue el momento en que el
panadero desee esos productos. Para Mitchell Innes, en síntesis, no es
necesario postular un complejo proceso de una mercancía que se transforma en
medio de intercambio. Mucho más sencillo es el intercambio de un producto a
cambio de una deuda o compromiso futuro.
A diferencia de los
partidarios de la teoría clásica, Mitchell Innes utiliza la información
histórica y arqueológica disponible en su tiempo para constatar empíricamente
su teoría. La existencia en todas las tradiciones jurídicas conocidas del mundo
del reconocimiento de la obligación legal de saldar las deudas rechaza, en su
opinión, expresamente el postulado de la teoría clásica de que el crédito es
una invención posterior a la del dinero y posibilitada por la existencia de
éste. Para Mitchell Innes, por el contrario, el crédito es la verdadera forma
del dinero ya que puede conservarse por mucho tiempo y hasta transferirse a
terceros. El dinero no tiene, por lo tanto, nada que ver con los metales
preciosos.
Palos tallados de deuda
Mitchell Innes ve
en la información proporcionada por hallazgos arqueológicos comunes una
confirmación del carácter universal de esta práctica. En su opinión, durante
muchos siglos, el principal instrumento del comercio no habría sido la moneda o
una mercancía que asumiera sus funciones, sino el uso de palos tallados en los
que se registraban las deudas (conocidos en latín como talea, en francés como Taille
y en alemán como Kerbholz). El nombre
del deudor y la fecha de la transacción eran escritos en dos lados opuestos de
la varilla, que se dividía entonces por la mitad de tal manera que el nombre y
la fecha aparecieran en ambas partes. Ambas mitades constituían un registro
completo del crédito y de la deuda. El deudor estaba protegido por su trozo de
la imitación fraudulenta o manipulación del comprobante en manos del acreedor.
El Estado al
recaudar impuestos es el principal creador de dinero, pues se transforma en
acreedor automático de todos los contribuyentes, que pasan a ser sus deudores.
Esa posición de acreedor le permite al Estado producir certificados con los que
adquirir y bienes y servicios que serán recibidos pues se compromete a su vez a
aceptarlos como medio para cancelar las deudas fiscales de sus contribuyentes.
En la concepción de nuestro autor, entonces, la moneda no se acuña para
garantizar su peso y pureza como quiere la teoría clásica, sino para señalar su
carácter de medio de pago oficial que el Estado está dispuesto a aceptar de sus
deudores. El valor de la moneda no deriva, entonces, para Mitchel Innes de su
contenido metálico sino que, como cualquier certificado de deuda, depende del
grado de solvencia percibido del deudor.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario