Áureo pesado (6,56 gr.) acuñado en la ceca de Roma en el año 286d.C.
Os presentó aquí la primera parte de una serie de cuatro entradas
dedicadas a analizar en profundidad la reforma monetaria introducida por
Diocleciano a finales del siglo III d.C., que sería, en muchos sentidos, el
punto de partida del sistema monetario característico del Bajo Imperio.
Introducción
El ascenso de Diocleciano al
trono del Imperio Romano en el año 284 d.C. no se diferenció del de la mayoría
de sus fugaces predecesores durante el conflictivo siglo III d.C.: el asesinato
en circunstancias confusas de un emperador y la elección, por parte del
ejército, de un sucesor entre sus propias filas. Pero el nuevo soberano
lograría romper con el ciclo de inestabilidad vigente desde hacía décadas e
iniciar un reinado duradero signado por profundas reformas en muchos de los
aspectos centrales de la organización del Estado. Algunas de ellas, como el
establecimiento de la tetrarquía (un gobierno de múltiples emperadores), serían
sólo experimentos que carecerían de continuidad, pero otras, como la reforma
fiscal y la creación de una burocracia, sentarían las bases de lo que conocemos
como el Bajo Imperio Romano.
Uno de los puntos más complejos
de los cambios políticos introducidos por Diocleciano y sus colegas fue su
esfuerzo por dotar al mundo romano de un nuevo sistema monetario. El deterioro
en la calidad de la moneda, la pérdida de confianza en la misma y la inflación
eran tres problemas heredados a los que Diocleciano debía enfrentar si
pretendía que sus planes fiscales y administrativos fueran viables. En el año
274 d.C., el emperador Aureliano había ya introducido una reforma monetaria
para enfrentar estos desafíos pero su impacto fue limitado y sus nuevos
estándares fueron rápidamente relajados. Los cambios llevados adelante por los
tetrarcas tendrían, sin embargo, un impacto mucho más profundo, sobre todo
porque se irían aplicando por etapas en un período prolongado de tiempo.
Anverso del medallón de los tetrarcas del tesoro de Beaurains
Preludio: las monedas de oro de Diocleciano
En el año 285 d.C., Diocleciano
nombró al experimentado militar Maximiano como César, es decir, como su colega
y heredero al trono. Al año siguiente, lo promovió a Augusto, estableciendo, de
hecho, una diarquía. Durante estos primeros años de reinado, el afianzamiento
de su poder y el restablecimiento de las fronteras mantuvieron ocupados a
Diocleciano y su colega, por lo que la política monetaria no recibió demasiada
atención, continuándose con la acuñación de las denominaciones vigentes.
Diocleciano y Maximiano dieron, sin embargo, un primer
paso al mejorar el estándar de las monedas de oro, llevando, en el año 286
d.C., el peso teórico del áureo de 1/70 de la libra romana a 1/60, lo que
equivale a unos 5,4 gramos aproximadamente. También se acuñarían, en la ceca de
Roma, algunos áureos ceremoniales a 1/50 de libra y numerosos medallones o
múltiplos de diversos tamaños, como los hallados en el célebre tesoro de Beaurains. El estándar de las monedas de oro se había deteriorado
considerablemente a lo largo del siglo III, con piezas cada vez más pequeñas y
con menor pureza. A ello se sumaba un importante grado de variabilidad de peso
entre los cospeles de distintos ejemplares, lo que reflejaba la pobre
manufactura de las mismas. Los nuevos áureos de Diocleciano, por el contrario,
fueron acuñados con mayor control y su peso es mucho más uniforme. Ningún
ejemplar conocido se desvía más del 5% respecto del estándar (véase K.
Verboven, “The Demise and Fall of the Augustan Monetary System”, 248).
Las nuevas monedas de oro fueron
utilizadas, sobre todo, para pagar a soldados y funcionarios. En un contexto
inflacionario y con moneda de mala calidad, es seguro que, de acuerdo a la ley de Gresham, estas piezas fueron, sobre todo, atesoradas, por lo que su impacto
en el sistema monetario fue menor.
El ya mencionado tesoro de Beaurains
es un claro ejemplo de este proceso. Lo recuperado incluía veintitrés joyas
(collares, pulseras, pendientes, hebillas, anillos, colgantes, algunos de los
cuales estaban hechos con monedas), diversas piezas de plata (un candelabro,
dos cucharas, un lingote), y 472 monedas, de las cuales veinticinco eran
grandes medallones de oro acuñados por los tetrarcas o por Constantino I. Las imágenes de un ejemplo acompañan esta entrada. Los medallones fueron acuñados
en las cecas de Tréveris y Roma, y quien los enterró los había recibido
seguramente como regalos de los emperadores entre los años 285 y el 310 d. C.,
por lo que es probable que se tratara de un oficial de alto rango del ejército
imperial. El hecho de que monedas y medallones fueran atesoradas durante un
largo período de tiempo en conjunto con otros elementos de oro y plata
demuestra claramente que todo objeto de esos metales podía servir como un
lingote.
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